Autor: Maria Petra Baviano

I
Corrían los heroicos tiempos
de la bélica Edad Media,
pródiga en gestas y luchas
con las tropas sarracenas.
Lo que hoy es Navalvillar
era una aldea pequeña
que se aupaba sobre un cerro
junto a la sierra de Pela.
Dicen que hubo una batalla
sin trágicas consecuencias,
un combate singular
que dio fama a nuestra tierra.
Aunque sea inmemorial
sigue la antigua leyenda
plasmada en «La Encamisa»,
que es tradicional en Pela,
y cada año, en Enero,
el dieciséis por mas señas,
con renovado entusiasmo
todo el pueblo la celebra.

II
De que el lugar existía,
en las centurias postreras
de la Edad que se ha citado,
hay noticias muy concretas
en antiguos documentos
que en Trujillo se conservan.
(El historiador Tovar
en su Beturia asevera
que lo fundó Alfonso Onceno
por el mil trescientos treinta
sobre antiguas alquerías
muy próximas a la sierra).
Era un pueblo de labriegos
y pastores que sustentan
a su ganado en el monte
y el llano rotura y siembra.
Como es la flora abundante
y el arbolado de huertas
regadas por limpias aguas
que en los valles serpentean,
también florecía el cultivo
de numerosas colmenas.
No es extraño que los moros,
en sus acciones guerreras
camino de Norte y Sur,
visitaran nuestra tierra
y codiciaran sus frutos
para surtir la despensa.
La tradición lo asegura
y con detalle lo cuenta.

III
Una tarde, un pastorcillo,
salió en busca de una oveja,
y ya, a punto de alcanzarla,
quedó mudo de sorpresa
al divisar unos hombres
con extrañas vestimentas.
Capas y turbantes blancos
resaltan su tez morena;
alfanjes y cimitarras
en el cinturón sujetan,
y lucía la media luna
en medio de sus banderas,
que ondeaban en las lanzas,
bien agudas y dispuestas
Se revolvieron gozosos
al balido de la oveja
y muy pronto la atraparon
con precisión y destreza.
El muchacho regresó
desencajado a la aldea
y dio cuenta a los mayores
de la aparición aquella.
El rabadán lo echó a risa
y sus padres le amonestan,
hasta que, al fin, decidieron
seguir del zagal las huellas,
para poder comprobar
si la noticia era cierta.
Al cabo de media hora,
entre trochas y veredas,
descubrieron a los moros
emboscados en floresta.
Unos preparaban armas,
otros guisaban la cena
y un grupo, más alejado,
miel hurtaba en las colmenas…

IV
Se volvieron los pastores
a traer la infausta nueva,
cuando se ponía el sol
y acababan las faenas.
Convocan a todo el pueblo
para una urgente asamblea
que presidió el más versado
en las cuestiones guerreras,
puesto que había combatido
contra huestes agarenas.
Es preciso organizarse,
porque el peligro está cerca
y cuentan con poca gente,
ni de a pié ni caballera,
pero todos muy dispuestos
a luchar, sea como sea…
Hecha la distribución
hacen recuento de bestias:
entre mulos y caballos
no reúnen dos docenas,
pues los asnos no parecen
aptos para la contienda.
-Podían llevar las armas…
(dijo una voz grave y seria).
-¿Las armas? ¿En dónde están?
¿Hay alguno que las tenga?.
Hubo un penoso silencio…
hasta que dio la respuesta,
con ánimo el presidente:
-Tener arco, espada o flechas
no es el único recurso;
todo es útil en la guerra:
la aguijada de los bueyes,
horcas, hoces, podaderas…
-¿Y si pasaran de largo
y en el pueblo no molestan?.
-Si es que lo hicieran así;
amigo mío, enhorabuena,
pues vale más un día en paz
que cuatrocientos de guerra.
Pero verás como vienen
a quitarnos cuanto puedan
y destrozan nuestras casas
y, tal vez, cautivos llevan.
-Tenemos que defender
nuestra vida y nuestra hacienda
-Preparad bien vuestras hondas
que son armas muy certeras.
-¡Ya llegó Santiago el Fuerte,
que doscientas libras pesa.!
-Y muchas más al saber
que están comiendo mi siembra
esos malditos caballos…
¡Cara han de pagar la avenal.
-Si hay combate, se la cobras,
junto a la pedriza vieja,
y hacéis rodar con estruendo
los guijarros y las peñas.
-¿Y para Juanillo el Cojo
no hay papel en la comedia?.
-Tú voltearás la campana
y dirigirás la orquesta…
con los muchachos y viejos
tocáis las marchas guerreras.
-¡Si aquí no hay más instrumentos
que un rabel y panderetas!.
-Yo creo que tiene un tambor
Martín, el de la Candela.
-El que no encuentre otra cosa
golpeará el suelo con piedras,
entre la espesa arboleda,
pero pronto les avistan
dos agudos centinelas.
Alertado Juan el Cojo
voltea con diligencia…
Rápidos los combatientes
en la plaza se congregan,
y los mandatos del «jefe»
cumplen al pie de la letra.
Van en mangas de camisa
por tener más ligereza,
con la faja bien ceñida
sobre el calzón de estameña,
y los gorros, que parecen
dialogar con las estrellas.
Acuden niños y viejos
con campanillas muleras,
un tambor y grandes zumbas,
almireces, panderetas…
y formaron un conjunto
que se oía a media legua.
Con este raro concierto
se alborotaron las bestias,
las cabras y las gallinas,
los perros, vacas y ovejas…
¡Cuántas voces y gemidos,
galopes y contraseñas…’
Los zagales incendiaban
jaras, zarzas, madroñeras…
y subían hasta el cielo
densas llamas y humareda.
Santiago y sus compañeros
hacían retemblar la sierra,
cada vez que sus palancas
echaban a rodar piedras,
semejando un terremoto
o volcán que a estallar fuera.
Los pastores disparaban
hondas con tino y presteza,
derribando a los muslimes
que asoman entre las breñas
y desbocan los caballos,
que no obedecen a espuelas..
Las mujeres con premura,
improvisan parihuelas
para si caen heridos;
preparan ungüentos, vendas..
y, por si hay que pedir paz,
hermosa y blanca bandera.
Pero no fue necesario
porque los moros se alejan
al oir tanta algarabía,
crepitar de las hogueras…
Y los pétreos proyectiles
que les rondan las cabezas.
(Este tipo de batalla
no encajaba en su estrategia;
sabían luchar con «aceros»,
pero ante aquellas escenas
les sobrecogió el temor
y se dieron media vuelta).
Los infantes y jinetes
recorren calles y afueras,
y comunican, gozosos,
el final de la contienda.
Mujeres, niños y ancianos
siguen firmes, aunque hiela,
y hay que «tirar» de toquilla,
tabardo o manta campera.
Alrededor de las lumbres
se convidan y se alegran
hasta ocultarse la luna
allá por Valdelapeña.
Al amanecer el día
se ha tendido fina niebla
y trajeron gran noticia
los que hacían descubierta:
Los árabes se dejaron,
en ja huida, varias prendas,
y cabalgan hacia el Sur…
¡Que les guíe La Magdalena!.

V
Hubo emoción y jolgorio
por varios días en la aldea
y, entre todos, acordaron:
hacer brillante carrera
el día de San Fulgencio
al acabar las faenas,
para evocar el combate
que comenzó en está fecha.
Y, después, a San Antón
se le honrará con gran fiesta,
porque en su día, la victoria,
se alcanzó de forma plena.
Así viene sucediendo
desde remotas calendas,
sin que la hayan suspendido
lluvias, nieve, viento o niebla.
Aún se sigue conservando
la costumbre primigenia
de los gorros puntiagudos,
el tambor y las hogueras;
repique de las campanas,
tremolar de la bandera…
jinetes que a San Antón
y a San Fulgencio recuerdan
con los ¡VIVAS! rituales,
que jubilosos contestan
los miles de espectadores
de esta popular carrera,
entre música, cohetes,
convite y aire de fiesta.
Los caballos, postineros,
lucen las mantas peleñas
que tejen las artesanas
y adornan con madroñeras.
Se saborean las migas
con la pitarra casera,
el chorizo y el jamón,
la típica caldereta…
Y se alegra el paladar
con el dulce de la fiesta;
los riquísimos buñuelos
que han traspasado fronteras.
Como a «buenos europeos»
nos visitan las danesas,
los franceses y alemanes…
seguido de un largo etcétera.
¿Y para qué no decirlo?
también moritos nos llegan,
pero no en son de batalla
como en antiguas contiendas,
sino a vendernos relojes
y artesanía de Ceuta,
al mismo tiempo que gozan
de esta singular carrera,
llamada «La Encamisa»,
pues camisa blanca llevan
los esforzados jinetes
que participan en ella.
Y es tanta la gallardía
y el colorido que encierra,
que en Turismo la declaran
como interesante fiesta.
Si lo quieren comprobar
dense una vuelta por Pela
el dieciséis de Enero,
y oirán exclamar con fuerza
esta frase que repiten
los que están y los que llegan:
«¡VIVA, VIVA, SAN ANTÓN!»,
Patrono de nuestra tierra,
que en las luchas nos anima,
nos ilusiona y alienta…
Aquí a todos se recibe
con alegría y franqueza,
pues son muy hospitalarios
los habitantes de Pela.